Reseña del libro "Babilonia"
En un esbozo autobiográfico escrito en tercera persona, publicado en revista en 1926 e incluido más tarde en el volumen Feuilles éparses (Hojas dispersas), Crevel había declarado: "Para novelas futuras le gustaría encontrar personajes tan desnudos, tan vivos como los cuchillos y los tenedores que representaban a los hombres y las mujeres de los cuentos destinados a permanecer inéditos que, siendo niño, se contaba a sí mismo". Con Babilonia, su obra siguiente, daría el primer paso para concretar ese proyecto. Un padre que se fuga con una joven de cabellera flamígera, una madre sumisa y casi imperceptible, un acartonado psiquiatra que intenta en vano imponer límites racionales a una indócil realidad, una abuela de estricta moralidad que infringe todo decoro para entregarse a una lujuria desenfrenada, y, en el centro de todo eso, una niña que observa y pregunta, pregunta y sueña, sueña y, con la arrolladora y solapada fuerza de los sueños, subvierte la realidad: tales son los ingredientes que Crevel, con una lengua que oscila entre el llano coloquialismo y las imágenes de una extrema densidad poética, emplea para elaborar una crónica fragmentaria, descabellada, hilarante y lírica a la vez, de la fatal descomposición de una familia burguesa. Refiriéndose a la obra de Crevel, André Breton puntualizó en una entrevista: "A través de todo eso, lo que predomina es la angustia". En Babilonia hay frenesí, voluptuosidad, humor corrosivo, lirismo; pero la felicidad está definitivamente ausente. Al final de la aventura, que seduce con su promesa de inalcanzables paraísos, sólo acecha la tragedia.